Séptima Nota - La Jaula

"Siempre sentí un dolor insoportable que nunca pude explicar. Cuando le pregunté a mamá, ella respondió que era la voluntad de Dios. 
En la escuela, cuando los otros niños me llamaban bruja, la Directora repetía las palabras de mi madre mientras me retorcía del dolor en la enfermería.
¿Acaso soy una mala persona? ¿Por qué Dios provocaría tal cosa en mí? Yo no he hecho nada malo".

Otro texto que yacía en el cuaderno de la mariposa roja. Antes estaba tachado, pero cuando entré en la habitación ciento once, sentí que algo me estaba quemando; se trataba del cuaderno, de alguna manera estaba hirviendo y tuve que dejarlo caer por unos segundos para poder tomarlo luego. Entonces, al caer al suelo, el cuaderno quedó abierto en la página en la que estaba escrito el texto.

Lo que decía me recordaba mucho a las historias sobre la Mujer Sagrada, si no mal recuerdo, el dolor que sentía en su cuerpo es provocado por el Dios dentro de ella, y una vez purificado su cuerpo, Dios emergería para traer el paraíso y un reinado de benevolencia. ¿Qué es eso?


La habitación no estaba mejor que las otras que había revisado hasta entonces, inclusive se hallaba peor. Habían muchos restos de lo que pareció ser un incendio; telas quemadas, paredes chamuscadas, la estructura totalmente deteriorada y con grandes hoyos a lo largo y ancho del suelo. Pero lo que realmente llamó mi atención fue una jaula que colgaba de una parte del techo por medio de una gruesa cadena. Me acerqué a ella muy despacio, cuidando de no caer por los pequeños abismos repartidos por el lugar. Empecé a sofocarme, la respiración se me dificultaba un poco, más no detuve mi andar. Paso a paso estaba más cerca de la jaula, el ambiente si hizo pesado y mi cabeza empezaba a doler en demasía; tanto que, hube de arrodillarme para sobrellevar el dolor con las manos sobre mi cabeza. Gruñía del dolor, pero me arrastraba a como de lugar hasta llegar a la jaula.

_ ¡Aah! 

Toqué una de las barras de hierro que conformaban la jaula y ardor que provocó en la palma de mi mano se extendió por mi brazo hasta alcanzar todo mi cuerpo. Por alguna razón no podía liberar mi mano de la barra, era como si estuviese pegada a ella.

_¡Una vez más hemos sido llamados a combatir el mal! _ Abrí los ojos, ahora me encontraba dentro de la jaula y la habitación ciento once estaba repleta de personas vestidas de negro excepto por una mujer mayor vestida con togas ceremoniales _ El Demonio yace frente a nosotros, nos tienta con su falsa inocencia. Pero el oscuro no contaba con la fuerza de nuestra fe, creyó que no veríamos a través de sus artimañas _ La gente enloquecía de euforia con cada palabra dicha por... esa mujer _ Vimos directo a los ojos del demonio y supimos que la luz de Dios fue corrompida... debemos purificar éste cuerpo para liberarlo de su agonía ¡Arderás en las llamas del infierno del que provienes! ¡Quemamos ésta niña, combatimos al demonio! 

¿Qué? Las personas parecían secundar las ideas de la mujer mayor, era evidente que era su líder y la fuerza de su convicción hipnotizaba a quien prestara su oído. Tomó una antorcha encendida y se acercó a la jaula. Entonces me di cuenta que estaba sobre una especie de enorme caldero repleto de rocas similares al carbón y mucha leña. El fuego no tardó en hacer presencia y sus llamas comenzaron a quemar mi cuerpo. 

¡Dementes, éstas personas estaban dementes! La desesperación se apoderó de mi y comencé a gritar por ayuda. Pero nadie acudía en mi rescate, los rostros de todos los presentes expresaban alegría y satisfacción. ¡¿Qué le pasa a ésta gente?! Seguía quemándome, mis gemidos eran cada vez más intensos y desgarradores; podía ver como mi piel cedía por las llamas, chamuscándose y deteriorándose. Era todo, no tenía idea de cómo había podido suceder aquello, pero estaba claro que era mi fin. Al menos eso pensé antes de ver de nuevo a la niña de cabello negro y uniforme. Tras ella, la imagen de cada persona presente fue esfumándose, desvaneciéndose cual cortina de humo. El fuego se extendió por la habitación y la sirena de la Iglesia Balkan se escuchaba como si estuviera justo a mi lado a pesar de estar tan lejos. 

La oscuridad se apoderó del lugar, una vez más estaba todo rodeado de metal oxidado, rejillas y pedazos de piel quemada por doquier. Ya no me encontraba en la jaula, de hecho, estaba arrodillado en el mismo lugar en el que extendí mi brazo para tocar una de las barras de hierro. ¿Pudo aquello haber sido una visión? Me di la vuelta en busca de la niña, pero ella ya no estaba.

_ ¡Auxilio, ayuda! _ Escuché los llantos de alguien... sonaba cerca... tan cerca como...

_ ¡Lara!


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No tengas miedo... ella no te hará daño.

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